Entré en un supermercado

Entré en un supermercado. Mera curiosidad.
Los que habían ido allí a comprar llenaban de pienso sus carros de compra. Casi todos escogían los alimentos más grasos. Pensé: alguno de los nuestros se dedica a la publicidad y sabe cómo venderles la moto y hacer que engorden.
Me pareció un mal chiste, tanto que por remordimiento me llevé una bandeja de filetes de lomo de cerdo. A la salida, tiré la carne a un contenedor. Se la comió un perro vagabundo.