Cuatrocientos, han pasado cuatrocientos días. La conocí y no ocurrió nada. Pocas semanas después, sentí cierta incomodidad. Nada importante. Luego empecé a evitarla, no supe entonces exactamente por qué. Y de repente, sucedió. Antes, todo estaba oscuro. Pero ella llevaba el fuego, lo llevaba dentro, dentro de ella. Después vinieron días de deslumbramiento y estupor. Y después el ansia, un hambre diferente, que lo exigía todo. El resto ya lo sabes. Tras una larga espera, ha sucedido. Nos encerramos en mi casa y entré en ella. Y aunque llevamos juntos un tiempo, aún tenemos hambre el uno del otro. Así que, por favor, no me lo pidas.
Mi discurso no sirvió de nada. Sebastián, desde la puerta, como representante del nuevo orden zombi, repitió sin inmutarse: Tienes una semana para terminar con esto, ni un día más.