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F I N D E L A C U A R T A P A R T E:

E N T R A D A S 301 A 400

(A N A T O M I A Z O M B I)

Cuatrocientos

Cuatrocientos, han pasado cuatrocientos días. La conocí y no ocurrió nada. Pocas semanas después, sentí cierta incomodidad. Nada importante. Luego empecé a evitarla, no supe entonces exactamente por qué. Y de repente, sucedió. Antes, todo estaba oscuro. Pero ella llevaba el fuego, lo llevaba dentro, dentro de ella. Después vinieron días de deslumbramiento y estupor. Y después el ansia, un hambre diferente, que lo exigía todo. El resto ya lo sabes. Tras una larga espera, ha sucedido. Nos encerramos en mi casa y entré en ella. Y aunque llevamos juntos un tiempo, aún tenemos hambre el uno del otro. Así que, por favor, no me lo pidas.
Mi discurso no sirvió de nada. Sebastián, desde la puerta, como representante del nuevo orden zombi, repitió sin inmutarse: Tienes una semana para terminar con esto, ni un día más.

Espermatozoides

Espermatozoides zombis. Asedian a uno de los óvulos de la humana. Son millones. Un ejército de orcos alrededor de la fortaleza de Minas Tirith. El óvulo se dirige a uno de los espermatozoides, al elegido, y le dice: No intentes golpearme, golpéame. Eres más rápido que los otros. No pienses que lo eres. Sabes que lo eres. El espermatozoide zombi se lo creyó. Empujó con más fuerza y entró en el óvulo. Luego lo devoró desde dentro.

Fisiología

Fisiología zombi. Uno de los sociólogos más importantes y reconocidos del panorama internacional indaga en su libro, con valentía, en nuestra sociedad contemporánea. Desvela la apariencia paradisíaca de una sociedad de zombis idiotizados (fisiológicamente, humanos y zombis) gobernada por una minoría de zombis sin escrúpulos (fisiológicamente integrada también por humanos y zombis). Todo, con un estilo sutil, metódico y elegante.
Yo volvía a casa, para esconderme, y le reconocí. Ahí estaba. El de la solapa del libro, casado desde hacía treinta y dos años con la misma mujer. Le seguí y entré en su casa unos minutos después de que él lo hiciera. La honorable hormiguita mantenía a su esposa atada a la cama con correas. El hombre salió un momento y yo aproveché para entrar en el dormitorio. La mujer me vio y abrió los ojos desmesuradamente. ¿La asusté? ¿Me pedía ayuda? ¿Había yo interrumpido un excitante juego de alcoba? Cada cual aguanta su vela como puede, ¿verdad señora?, le dije antes de irme.

Inspiración

Inspiración. Un literato se lamenta: los hay que pierden el tiempo. Con viñetas, con guiones de televisión, con temáticas de serie B. Be de burros. Los hay que pierden el tiempo en lugar de dedicarse a la alta literatura. Por ejemplo: inspiración: la lluvia se precipitaba desde un edificio de nubes impasibles, anegando los tejados de las mansiones, flanqueadas por árboles en hilera. Un comienzo prometedor, pero los que pierden el tiempo enseguida lo estropean: bajo el cielo encapotado, frente a las casas, había un zombi hambriento. Era yo. Y todo puede empeorar: inspiración zombi: entré en la vivienda del literato con principios, y antes de que aquella persona exquisita (nobilísima, respetable; la literatura, quiero decir) abriera la boca, empecé a destriparla.

Estómagos

Estómagos zombis. Alguna vez ha pasado. Un zombi cree que puede alimentarse del aire. O, peor aún, que no necesita comida. Atención a la frase que viene ahora: con el amor tiene suficiente. Los estómagos zombis, de la risa floja que les entra, se mean en los intestinos al oír eso. Mi estómago cruje. Ya está bien de anatomía humana. Salgo a la calle y busco con qué tranquilizarlo. Escojo la casa de uno de los soldados que apunta a los zombis con su mirilla telescópica. Entro. La familia está reunida en el comedor. El soldado. Una esposa que parece muy asustada. Una niña preciosa que le pregunta a su padre si soy un zombi. ¿En qué lo notará?, me pregunto. ¿Tan hambriento parezco? Termino lo que he venido a hacer. Pero a pesar de haber cumplido, mi estómago no para de reír.