Emprendió una lucha

Emprendió una lucha por ser perfecto. Para que su amada zombi no se alejara de él. Dejó de ser quien era para gustarle. Eso es algo que la otra parte nunca valora. Posesivo, mandón, inseguro, tomó varias decisiones para atraerla, siempre desafortunadas. La última: mutilarse. Mostró uno de sus brazos desde la calle. Ella se asomó a la ventana cuando lo oyó gritar. Una banda de zetas, atraída por el olor, terminó lo que él había empezado.


Encontré prendas de ropa

Encontré prendas de ropa con las etiquetas puestas, decenas de pantalones, faldas y chalecos, las mismas camisas por triplicado aún sin estrenar, zapatos aparcados en cuatro hileras horizontales de cinco metros. Y ahora es como si alguien les hubiera tirado un jarro de agua fría. A ambos. Porque a los dos les sobrarán uno de los zapatos, una de las perneras de los pantalones y una de las mangas de las camisas. No recuerdo cuáles en cada uno, porque no quise volverme y mirar al suelo, donde los dejé, para comprobar si estarían desparejados o no.

Él es de los buenos

Él es de los buenos. Siempre correcto. Parece que no haya matado una mosca zombi en su vida. Ella se siente segura al lado de él, como con un par de viejas zapatillas de estar en casa. Él mariposea de manera insulsa y permanente alrededor de ella. No creo que la humana haya descubierto a su lado otras chispas que las que vislumbró fugazmente las noches de tormenta eléctrica. Pero cada cual elige su suerte.
Creo que nunca he sido tan cruel como en esta ocasión. No los devoré. Ni al que va de bueno ni a la que no se atreve a vivir. Los condené a seguir siempre juntos.

Que no se te olvide

Que no se te olvide lo que eres, me dice una voz. Cierto. Hablo de las bandas, de los nuevos zetas, como si fueran extreterrestres que han aparecido en una cristalería con manoplas y esquís puestos.
El humano no puede hablar porque le he arrancado la mandíbula, pero sus ojos, ah, su ojos, expresan tantas cosas. Y yo tengo tan pocos escrúpulos. El sentimiento de culpa tampoco aparece por ninguna parte. Meneo la cabeza. Para qué me hago el exquisito. Me mira por última vez. Luego alargo las manos hacia sus cuencas orbitarias.