Entrevistas desde fuera, toma 10

Entrevistas desde fuera, toma 10: Sí, es una máscara. Me gustaría verle enfrentado a ellos, día tras día, soportando sus malas caras, que exigen todo de ti. Esa larga cola puede contigo. Nunca se acaba. Empieza cuando se abren las puertas y termina cuando llega la hora del cierre, sin descansos. Opté por llevar un disfraz. Me llaman muchas cosas desagradables: borde, antipático, malasombra, serio. Hay quienes confunden esa segunda piel con lo que hay dentro, y no es así, no, en absoluto, no lo es. No voy a presumir de ser el mejor tipo del mundo, pero tampoco el que la mayoría piensa. Como si yo hubiera inventado las normas, como si yo tuviera la culpa de que nadie pueda entrar ahora en el edificio sin antes detenerse delante de mi cabina, donde los examina el aparato de detección antizombis.

Úvula

Úvula. Una. Sola. Las amígdalas zombis estaban muy bien juntas y no necesitaban a nadie. La úvula le dijo algo a la lengua, que también es una, pero la lengua tenía la agenda permanentemente ocupada (saborear humanos, entrevistas, conversaciones lúdicas y, naturalmente, sexo). El paladar tampoco estaba por la labor. Ni los dientes. Preguntó en la parte de atrás, pero ni la faringe ni la laringe tenían tiempo ni ganas de relacionarse con los de fuera. Las amígdalas la buscaron un par de veces, cuando se llenaron de pus y algo oyeron acerca de extirparlas como tratamiento definitivo, pero cuando se les pasó el miedo, se olvidaron de la úvula. Peor fue lo de la lengua zombi. Hablaba mal de la úvula, pero a sus espaldas. Las veces que estuvieron juntas, la lengua siempre le reía las gracias. La úvula se hartó y los mandó a freir espárragos. Decidió hincharse, y por eso a algunos zombis se les nota una voz gangosa. Esta historia la leí en un libro de cuentos zombis.