Hasta cuándo

¿Hasta cuándo me vas a tener aquí encerrada? ¿Vas a seguir mintiéndote, vas a seguir diciendo que lo haces por mí?, me pregunta Vera. Le enseño los periódicos. Terrorzombi. Serpientezombi. La ciudad es nuestra, como tantas otras. Hemos salido a la luz. Nos extendemos tan rápida y letalmente como un virus. Ella me deja hablar, y luego repite: ¿Hasta cuándo?

Volvieron a preguntarme

Volvieron a preguntarme por Vera y volví a mentir, de nuevo aseguré que me la había comido. Volvieron a darme palmadas en el hombro y volví a dedicarles la misma sonrisa cobarde.

Todavía

Todavía hay quienes se organizan y persiguen y disparan a los zombis a la cabeza, pero cada vez son menos, y sólo atacan a oscuras y en grupo, y escogen como víctimas a los zombis más débiles, como hacíamos nosotros antes, solo que ahora son ellos los violentos, los asociales, los peligrosos, y nuestras cacerías de humanos se consideran legales.

No sé por qué

No sé por qué los perros ladran cuando pasamos cerca de ellos, como si nadie más mordiera, aparte de nosotros, me dijo el Z de las botas altas. Mientras, un guiñapo que parecía un hombre trataba de levantarse. Justo a sus pies.

Gafas de sol

Gafas de sol. Olor a cloro de piscina. Bikini amarillo y rosa. Cielo limpio. Cerveza junto a la hamaca. Y unos auriculares. Imprescindibles. Una de las bandas Z había entrado en el chalet de al lado. Ya casi no se oían los gritos.

Cavé en la arena

Cavé en la arena y construí un refugio, un agujero de veinte metros cuadrados y seis de profundidad en el que escondí a Vera. Una banda de zombis la miraba desde lo alto. Ninguno se atrevió a saltar. Enseguida supe por qué. Empezó a subir la marea y el suelo del refugio se embarró y transformó en unas arenas movedizas. Desperté cuando me decidí a saltar al hoyo, de manera que no sabré cómo termina esa situación, si salvaré a Vera o ambos nos hundiremos.