Meñiques

Meñiques, los de los pies. Insignificantes. Prescindibles. Ni siquiera se pueden alzar, como los de las manos: así hacen en Japón: levantar el meñique al hablar de un zombi y de una humana significa que algo sentimental hay entre ellos. Pero los de los pies están escondidos, nadie los tiene en cuenta. Excepto al desnudarse. Entonces se rebelan. Sueltan toda clase de obscenidades, gritan, concentran en su superficie las sensaciones táctiles, se retuercen de placer.

Cuando el primer rayo

Cuando el primer rayo de luna hirió los cristales de la ventana, Cervantes abrió desmesuradamente los ojos. La mano del ingenioso hidalgo zombi se hundió entonces en el pecho del novelista y sacó el corazón, que condujo a la boca hambrienta. Su creador partió de ese modo para la eternidad.

Llovieron del cielo

Llovieron del cielo. Eran paracaidistas. Grupos de élite. Llevaban puestos unos cascos con esas nuevas miras telescópicas. Según dicen, con ellas, al enfocar la cabeza de un zombi, aparecen manchas amarillas donde debería estar el cerebro. Así no se equivocan al disparar.