Hubo un despertar

Hubo un despertar en el que creí que todo había sido un sueño, que yo ahora no vivía como un mendigo, invisible, sucio, enfermo y solo, y al querer despertar creí que mi vida inmediatamente anterior, en una casa de campo y con una mujer a la que amaba, también había sido un sueño, y al querer despertar creí que el zombi irónico que fui antes de eso, el que partía cráneos como quien fuma un cigarrillo, también había sido un sueño, y al querer despertar un niño me lanzó una piedra sin motivo alguno, porque sí, y me llamo pordiosero, y para despertar definitivamente corrí hacia él, lo cogí de un brazo y le recordé a mis dientes lo que eran, dientes.

El de las frases hechas

El de las frases hechas diría que no puede soportar su ausencia, pero un zombi como yo, quemado por la lluvia roja, de amarillos y afilados y desprestigiados dientes y ciegas órbitas de polvo, arrastra las manos hacia alguien así y le parte la boca como quien coge aire.

La cosa va de limpieza

La cosa va de limpieza, de calles sin zetas y de sofás zombis forrados de plasma, de filas de a uno, de ojos quemados y de canciones niñas. Volví a la ciudad como un mendigo, arrastrando el carrito de un supermercado, con el pelo enmarañado y sucio y tan solo como una noche zombi. Nadie se dio cuenta de que yo había vuelto porque no me marché como Ulises. Las farolas extendieron sus cuellos amarillos para evitar saludarme. Dormí debajo de un puente y sobre un banco y en un portal. Y comí ratas.

Me hizo el favor de explicármelo

Me hizo el favor de explicármelo. Tierra quemada. Tierra de nadie. Donde nada prende. Has masticado girasoles blancos con una boca zombi y aquí harás la digestión, mientras las pipas se clavan dentro de ti con las puntas hacia fuera, como si fueras un puercoespín contagiado de rabia. Ignoraba que entre vosotros los hay poetas, dije antes de recibir un puntapié en la boca que me partió dos dientes.

Qué no debí hacer

Qué no debí hacer: marcharme y dejarla sola, volver cuando ella ya se había ido, creer en un mundo zombifeliz que nos dejaría vivir nuestra vida, apartar el miedo en lugar de convivir con una sospecha bastante fundada y desoír las advertencias de mi amigo Sebastián (aunque también abrí su luz y partí mis dedos y mi negra lengua zombi y chillé sin abrir los labios ni rozarla y estallé como una estrella moribunda y repartí mis átomos entre quienes los quisieron y desperté y me enamoraron sus ojos humanos marrones y verdosos, y nada de eso se pudo corregir).

Mi día de suerte

Mi día de suerte. La sangre de los conejos pinta el suelo de patas y colas, las hierbas se desprenden apuñaladas, la madera arde y canta fieramente, los escalones que conducen a la planta de arriba se lanzan a dormir un sueño bastante riguroso. El fuego consume la que era mi casa, pero es mi día de suerte, porque yo puedo contarlo desde el exterior.

El zombi que fue declarado culpable

El zombi que fue declarado culpable no tuvo juicio porque no hacía falta juez ni testigos ni acusación ni cárcel ni estrado ni códigos de leyes ni puntos ni comas

Apalearon a un zombi

Apalearon a un zombi que estaba en la casa, triste y rojo, y que sí era yo. Una banda de nuevos y negros y limpios zetas entró sin llamar. Me buscaron, me sacaron a rastras, formaron un círculo e hicieron lo que habían venido a hacer. ¿Has sentido alguna vez que todos tus huesos crujían al unísono? Fue algo parecido a escuchar un largo e inmenso acorde de diez notas. Las nubes, rojas y zombis, se escondieron detrás del sol.

La nueva soledad

La nueva soledad zombi. Entro en la casa y está vacía. Perdí los ojos de Vera detrás de las ventanas. Detrás de los visillos asoma un campo verde y azul. No está su ropa. La cama está revuelta, violada por un rocío agobiante y mustio. Detrás de mis ojos rojos asoman las primeras lágrimas rojas. Las perdí, marrones y verdosas, sus ventanas, antes llenas, detrás de las mías, zombis.