Cómo es que no has ido

Cómo es que no has ido tú tambien a la manifestación, le pregunto. Sebastián me mira con miedo. Una vez quiso decir algo en una reunión. Una llamada a la paz, a la cordura, a la tolerancia. Algo así. Le apretaron la nuez con fuerza y no le salieron las palabras. Apenas podía respirar. Y no se ha atrevido a intentarlo de nuevo.

Esas bocinas chillonas

Esas bocinas chillonas de autos que se oyen no son bocinas de autos. Son los gritos de los zombis que han ido a la manifestación. Ya estamos llegando.

Visten camisetas negras

Visten camisetas negras con eslóganes antihumanos. Las ventanas de los edificios están cerradas. Nadie se asoma y nadie se atreve a salir a la calle. Nuestras pancartas avisan: "Esto no es una elección, es una selección". Algunos llevan fotos de nuestro líder, Z Pop.

El miedo

El miedo se palpa en el aire. Un hombre de veinticinco años porta un cartel en el que se lee: "¿Dónde está mi voto?" Es un estudiante. No veo más humanos que se atrevan a protestar. Antes de que llegue la policía, una de las bandas zombis que acompaña a la manifestación en apoyo a Z Pop rompe el cartel. Y lo despiezan.

En una imagen

En una imagen de la televisión se ve a miles de zombis seguidores de Z Pop en la calle, celebrando el resultado electoral que dio la victoria al provocador cantante. Lo que gritan a coro es un haiku: Os llevaremos / de las orejas a / los mataderos. Y hay hasta alguien (un humano) a quien el poema le hace gracia.

Cómo puedes oscilar

Cómo puedes oscilar de esa manera, de un extremo a otro. De pronto pareces de buen humor, incluso feliz, pero enseguida te abandonas a la apatía. Encuentra el equilibrio de una vez. La verdad, da la impresión de que haces todo lo posible para caer en lo más hondo, dice Sebastián.
Algunos lo llaman zombineurosis. Consiste en alejarse del punto medio que tanto entusiasma a mi amigo. Y sucede otra cosa. El péndulo del que habla tiene una cuchilla y hace tiempo que desgarra todo lo que encuentra a su paso. Como si fuera el de un cuento de Poe.

Un atlas

Un atlas muestra un cuerpo de mujer partido en dos. A la derecha, los músculos de brazos y piernas, un pulmón visible, el hígado, la mitad del colon, y un ovario con su trompa, y la mitad de los dientes, y un globo ocular. A la izquierda, la mitad de una boca plácida de labios algo gruesos, un ojo cerrado en el que se adivina cierta melancolía, la mitad de una melena negra recogida hacia atrás y una mano de dedos abiertos dejada caer sobre un muslo que parece de cobre. Es Vera. Y también la mujer zombi de mi diario (así lo escribo, como si solo hubiera una).

Es ahora cuando entiendo

Es ahora cuando entiendo lo sola que estaba. Devoré a algunos de sus compañeros ocasionales y Vera nunca los echó de menos. A su manera, gritaba. No era el chillido desencajado, agudo y penetrante de un zombi hambriento, sino uno ausente, silencioso, que interpreté entonces como desinterés. Ese fue mi error.