Tres mensajes

Tres mensajes. Un zombi había escrito en la entrada al comedor: Dejemos las mujeres bonitas a los zombis más repulsivos y las feas, a los zombis con imaginación. Una mujer zombi había escrito debajo: Dejemos que esos hombres zombis se mueran de hambre. Y un niño que se había herido en un dedo y sangraba, mientras esperaba a que le llegara su turno había escrito debajo: Quiero a mi mamá.

Si viajas

Si viajas, hazlo lejos, muy lejos, lo bastante como para olvidar quién eres y dónde estás, se dijo. Lo consiguió. Cerró los ojos y apareció lejos del matadero, en un planeta llamado Khfsnvx. Se fijó en las cuatro lunas que decoraban un cielo muy brillante. Y también en la original forma de pepino de la galaxia Wqtrp, que tenía un tamaño parecido al del sol. Y dejó de sentir dolor y de percibir dientes clavados en su abdomen.

Ella cambió

Ella cambió. Al principio parecía tímida, insegura, alguien incapaz de creer que un zombi se hubiera fijado en ella. Él la siguió durante algún tiempo, y eso provocó que la humana lo rechazara en varias ocasiones, cada vez con mayor hosquedad. Pareció entonces una reina de hielo, distante, soberbia. Quizá se había convencido de que provocaba una atracción irresistible en los zombis. Luego se extrañó al llegar al matadero de humanos: ningún zombi le prestaba especial atención. Y de nuevo se sintió más cerca de la que era antes. Porque en la fila era una más.

Una madre y su hijo

Una madre y su hijo, en la fila. Ambos están desnudos, como todos en aquella hilera que conduce al comedor, en el que darán buena cuenta de ellos. Los zombis los vigilan. Ella se lamenta en silencio. Había tenido sus oportunidades y las había dejado pasar. Había podido matar a su hijo de diversas formas, pero no se había atrevido. ¿Y ahora? ¿Ahora qué? Desnuda, en la fila, vigilada. ¿Qué puede hacer? Muy cariñosamente, coloca las manos en los hombros de su hijo, mientras trata de recordar cómo era aquel movimiento que le enseñó su padre para desnucar conejos.