El chico la espera sentado

El chico la espera sentado. Se aferra a lo que vio en sus ojos. No entiende que aunque tuviera razón y la chica zombi sintiera algo parecido a lo de él, ella puede elegir otra cosa: seguir como está, o buscar a alguien con quien todo sea menos complicado, por ejemplo. La chica zombi salió a la calle para hablar con él. Quería aclararlo todo. Como si salir hoy a la calle fuera sencillo. Como si no pudiera perderse. Mientras ella camina y oye pasos, el chico la espera.

Peleaban por la custodia

Peleaban por la custodia de sus hijas, convertidas en zombis. Llegaron a un acuerdo. Como estaban hambrientas y era imposible salir, cada uno de los padres alimentaría con su cuerpo a una de ellas.

Él sació su hambre

Él sació su hambre. El zombi entonces soltó lo que quedaba de aquel cuerpo. Miró hacia la puerta de salida. Alguien había pulsado la alarma. Los soldados habían llegado ya. Las luces de las mirillas telescópicas se movían como moscas nerviosas, buscándole. Habían aparecido algunos como él. Se había acabado su tiempo, pero se negaban a aceptarlo. Preferían desaparecer con ruido, convocando a la milicia antizombi. Se ató un pañuelo rojo sobre la frente. Empezó a cantar una canción de Z Pop. Abrió luego los brazos, formando con ellos una cruz. Por último, salió al exterior, para recibir sus disparos.

La luna roja

La luna roja alumbraba el fondo del mar. El humano nadó hacia la superficie. La tocó con sus dedos, pero algo le impidió emerger. Parecía que un cristal invisible rodeara el agua. La mujer zombi aguardaba en un bote. Contemplaba la superficie inmóvil y apacible del mar, inofensiva en apariencia. Cuando el hombre comprendió que la extraña e invisible coraza rodeaba todo el océano, nadó hacia el fondo. Pisó la luna roja y se lo dijo: no se quedaría de brazos cruzados. Cogió impulso y empezó a ascender rápidamente. Una de dos: rompería aquella armadura de cristal y saldría, o se partiría la cabeza en el intento.

Supongo que son más inteligentes

Supongo que son más inteligentes. Frente al ruido del matadero, el silencio de la nueva era zombi. Frente al escozor que provocaban las prohibidas canciones de nuestro antiguo líder y maestro, el sonido casi imperceptible de la respiración de Sebastián. Este es uno de los números: setecientos inmuebles se utilizan como lugares clandestinos de detención, tortura y ejecución zombi (tal vez inflados, o puede que no, puede que los números ni siquiera se acerquen a lo que ocurre) (es algo que nadie puede hoy saber) (la estadística, la estadística veraz, está escondida en alguna parte) (si es que alguna vez llegó a existir).

Ella hizo algo diferente

Ella hizo algo diferente. La casa que alquilamos estaba atrancada de polvo y cubierta de cajas cerradas de cartón. Me cogió de la mano, templada y mansamente. Mis dedos zombis se trenzaron con los suyos, como hebras delgadas, y así subimos al tejado. Allí extendió un mantel, sobre el barro acanalado y frío. Me quitó la ropa, con sus manos eternamente blancas. Y yo a ella. Y le abrí luego las piernas y la vagina, con un chorro de luz. Y hasta a la luna le avergonzó mirar, porque aquello era entre dos y nadie más tenía derecho a saberlo. Miré al cielo, fugazmente, y pude comprobar que el satélite teñido de rojo enseñaba su cara oculta.