Entrevistas desde fuera, toma 8

Entrevistas desde fuera, toma 8: Se lo dije. A la megagorda necesitada. Deja de hacerte la simpática con tus comentarios de serpiente acosadora. Que sepas que si no fui al instituto es porque de verdad estaba mala. Si me dolía la barriga era de la regla, no de vomitar para no engordar, zorra-siempre-a-la-ofensiva. Y si me salvé, pues qué quieres que te diga, la suerte de las ganadoras. No voy a pedir perdón porque un zombi superrrepugnante no pudo abrirme como si yo fuera una bolsa de Cheetos Crunchy y comerse mis tripas. Y menos aún me voy a justificar delante de una frustrada que va de amiga y no lo es. A esa, con un ojo cerrado y el otro abierto. Eso le dije. Y por cierto, tanto hablar de mí, ¿esa guarra dónde estaba?

Laringes

Laringes zombis. Enumero sus incorrecciones: dicharacheras, banales, de humor grosero. Algunos sospechan que las laringes se lo toman todo a broma. Y hay cosas con las que no conviene frivolizar. Amargas zombis. Así las han apodado algunos. Una laringe debe ser lo más parecido a un monumento sonoro que culmine con un himno de amor, dicen, y lo que hacemos algunos es escribir canciones de cabaret. Pero esa discusión está muy lejos, a cien mil kilómetros de distancia: mi laringe ahora solo habla al lado de Vera, y nunca dice algo inteligible.

NZC (New Zombie Culture), toma 7

NZC (New Zombie Culture), toma 7: Su realismo vigoroso a la hora de trazar personajes, su certero ojo crítico, la inmensidad de su narrativa, fruto de un hercúleo trabajo y de una enciclopédica documentación, todo esto convierte a La Comedia Zombi en una completísima y compleja obra de arte que se sitúa en la cima del canon literario de nuestro siglo, dijo el celebrado intelectual español especializado en zombis para terminar su larga conferencia. Uno de los zetas que aún no se había largado de allí levantó la mano y preguntó, dirigiéndose al resto del público: ¿Quién va a hacerle un favor al mundo y va a destripar a este idiota?

Entrevistas desde fuera, toma 7

Entrevistas desde fuera, toma 7: Yo no sé muy bien qué es eso de una fosa séptica, pero debe de ser algo que suelta una peste de cojones, algo de agárrate y no te menees. Lo que sé es que esa noche vendí más birras que en toda mi puta vida. Ahí estaba la clientela, bebiendo como si el fin del mundo viajara en buga a la velocidad de la luz. Todo cristo tenía los ojos pegados a la tele de plasma, más que una cucaracha a un cenicero con cacahuetes, sin perder detalle de la masacre en el colegio de pijomierdas. Los tíos tenían los huevos hechos puré y las tías estaban más secas que la madrastra de Blancanieves. Que si han sido los zombis, que si han sido los primos terceros de Bin Laden, zombis por aquí, zombis por allá, qué vamos a hacer si les da por aparecer por aquí, eh, unos que nos vamos, otros que nos quedamos, y un listillo diciendo que al Polo Norte, que es una zona segura. Al Polo Norte se irá tu puta madre, cagado de mierda, y con ella tu descendencia de espermatozoides convertidos en Flan Dhul. El mundo está lleno de capullos que se tragan todo lo que sueltan por la tele.

Culos

Culos zombis. Podría contarle la verdad acerca de ellos. Trabajan mucho, y no solo como negros literarios para los aristócratas de la carne viva, le explico a Vera. También hay culos en otras ramas del arte. Por ejemplo, hay compositores zombis que entregan a un culo una partitura pianística para que esas dos nalgas elaboren la orquestación de una sinfonía zeta o de una banda sonora zeta. Incluso se ha dado el caso de supuestos autores que graban en una cinta magnetofónica el sonido de su voz zombi y luego se la pasan a un culo para que le dé forma, para que cree acordes a partir de un tarareo y armonice luego el conjunto. ¿Extrañarse por eso? ¿Es un delito, al margen de lo que digan los códigos de leyes humanas? Me da vergüenza admitirlo, pero sí, antes, en mi tiempo libre, saqué un sobresueldo haciendo de culo. Vera se ríe, como si lo que acabo de contar fuera un disparate.

El final (XII)

El final. Decenas de minúsculas lucecitas rojas se desplazaban como nerviosos insectos por la cabeza de la chica. Decenas de armas con mirilla telescópica que la apuntaban. No te muevas, ordenó un soldado justo detrás de ella. ¿Te gusta el ballet?, dijo ella. ¿Qué? Te he preguntado si te gusta el ballet. Quédate quieta. ¿Vas a disparar? Nos gustaría ayudarte. ¿Ayudarme, quieres ayudarme? Sí, acércate despacio. No me has dicho si te gusta el ballet. Te lo repito, acércate muy despacio. ¿Conoces El Pájaro de Fuego? Acércate y no hagas tonterías. Ahora puedo bailar mejor que antes, mírame.
Ella se incorporó y las radios recibieron entonces una misma orden. Los dedos índices presionaron los gatillos y los proyectiles gimieron al romper el aire.

La chica (XI)

La chica subió al tejado. Desde allí lo vio todo. Cómo ardían cuerpos. Cómo se desparramaban sobre el césped y la tierra. Cómo se confundían. Zombis descabezados por proyectiles y humanos descabezados por brazos zombis. Los soldados disparaban sin poner antes los ojos en las mirillas que distinguían a unos de otros. Lo que más tarde dijeron los noticiarios fue que unos terroristas habían tomado un instituto de secundaria, y que estaban locos, y que asesinaron a todos los rehenes, y que los soldados no pudieron hacer más. La chica, desde aquella altura, no pudo contar su versión.

Dedos

Dedos. Fue un accidente. Nada premeditado. Le pasé un objeto, no importa cuál ni para qué, y sus dedos se rozaron con los míos. Cada uno fue un brazo que quiso aferrarse a los otros. Dedos fríos y dedos vivos. Dedos zombis, inertes, y dedos que algún día encogerían. Anclas que no querían partir del fondo, donde la arena; garfios que ataban diferentes embarcaciones; velas plegadas, aseguradas sobre sus cabos en la cara alta de una verga, en el grátil de una nave roja. Que cada cual escoja la metáfora marina que más le guste. Da lo mismo, ninguna sirve. Yo solo sé que aún me duelen las yemas.

Un soldado (X)

Un soldado entró en el lavabo de chicas. La encontró en el suelo, encogida como un feto abandonado a su suerte. El soldado dejó de apuntarle cuando la vio temblar. Quizá creyó que estaba muerta de miedo. Cuando estuvo lo bastante cerca, la chica se abalanzó sobre él. Una mancha en la retina, que debía ser amarilla, virada al rojo, y un árbol rojo, de ramas rojas, extendido por el iris. Eso es lo último que vio el soldado, los ojos hambrientos de un zombi.

La chica (IX)

La chica lo notó. Habían pasado varias horas desde que el zombi le había arañado. Cuando se inició el asalto al instituto, los no vivos empezaron la masacre. El mismo zombi que la había atacado abrió el abdomen del chico. Una rosca untada en brea, encendida, una guirnalda roja de varios metros que a ella le hizo llorar por última vez. La dejó vivir. Solo a ella. Porque iba a transformarse. La chica estuvo segura cuando se le secaron las lágrimas y percibió otro sentimiento en la boca del estómago. Al principio fue un cosquilleo agradable. Luego, una urgencia por unirse al festín.