Se disparó el número

Se disparó el número de estrellas. Lejos de la ciudad, puedo ver el rastro que la leche deja en el cielo. Lo he descubierto lejos del ruido y de las luces: la noche es insoportablemente blanca. Oigo muy acolchados los ladridos de los perros y los gritos de las farolas. Nadie me pide que me ponga el uniforme zombi. No estoy en un escenario, aunque desde aquí a alguien le pueda parecer que las estrellas llenan el patio de butacas, los anfiteatros y las localidades de paraíso.

Quedas con los de siempre

Quedas con los de siempre. Entráis en un local. Todos los humanos te parecen iguales. Todos a los que te acercas suplican de la misma manera. Todo saben a lo mismo. No te agobies. Una brigada antizombi que os seguía entra en el local. Os apuntan con sus fusiles. Todas vuestras cabezas revientan del mismo modo. Ahora todo lo ves diferente.

Tu cuerpo te pide más cama

Tu cuerpo te pide más cama. Se la das. De todas formas, no vas a ir al trabajo. Qué agotamiento. Luego te comerás al menos tres conejos, a ver si así te recuperas. Pero si la sensación de debilidad no se marcha, solo tendrás dos opciones: consumirte o aparcar los escrúpulos.

Descolocado

Descolocado. Completamente descolocado. Vera, de pronto, dice: No sé cuál es la impresión que has podido sacar de todo esto, pero me parece que te estás confundiendo. Ha sido divertido, pero ya es suficiente. Lo mejor es que cada uno... Entonces se calla. Yo la observo con mi boca zombi completamente abierta. No sé qué decir. Ella está a punto de echarse a llorar. Suspira. Coge aire. Me voy a la ducha, dice. Vale, respondo. Mientras ella está en el baño, preparo algo de cena. Comemos en silencio, cada uno lo suyo. Hacemos el amor. Nos dormimos uno en brazos del otro. Amanece. Todo sigue igual, como si ella no lo hubiera dicho.

No lo he dicho

No lo he dicho. Cuando Sebastián se marchó, Vera se acercó a mí y me preguntó: ¿Qué te ha dicho? Ha hablado de esto y de aquello, respondí. Sebastián dijo muchas cosas, pero se calló la más importante, porque era la más evidente. Es inútil que huyáis, os encontraremos. El plazo ha terminado y aún seguís juntos. Tú y ella, un zombi y una humana.

Odiaba

Odiaba construir frases hechas para el aparato publicitario de Z Pop. Odio el silencio y las noticias banales y absurdas que llenan las páginas del nuevo y oculto régimen zombi. Odio ser zombi. Odio ser humano. Odio soñar que me convierto en algo diferente. Odio comer y odio el hambre. Odio esconderme y odio que me descubran. He escrito que odio diez veces seguidas. Inequívoca señal de que necesito hacer el amor durante varias horas.

Una pesadilla

Una pesadilla. Un zombi completamente loco que se ríe como un loco y camina alrededor de la casa como un loco, busca el modo de entrar. Lo veo a través de la ventana de la cocina. Pierdo los nervios. Me asomo y le digo: Largo de aquí, hijo de puta. El zombi se ríe a carcajadas y empieza a trepar por el canalón, hacia el dormitorio en que duerme Vera. Respiro con agitación. Trato de correr hacia la planta de arriba, pero mis pies están anclados al suelo. Y él es muy rápido.

Un hecho histórico

Un hecho histórico. Un hombre mordió a un zombi y lo transformó en humano. Pero a este no vivo que de nuevo era un vivo lo mordieron los miembros de una banda de zetas y de nuevo se convirtió en lo que era al principio, un zombi. ¿Al principio? ¿Dónde está ese comienzo? ¿Quién era yo antes de ser zombi? Los zetas que le rodeaban no respondieron, pero Sebastián, que había contemplado la escena escondido en el fondo del callejón, salió para decir: Eres lo que eres, no hay más.