Vivía con dieciocho gatos

Vivía con dieciocho gatos. No desaparecía ninguno hasta que no llegaban los nuevos. Generalmente los adoptaba de dos en dos. Se deleitaba entonces a la hora de elegir a dos de entre los viejos, con los que luego se encerraba en un cuarto oscuro (tampoco eran viejos, quizá sería mejor referirse a ellos como los gatos más veteranos). Tenía muy claro que siempre debían ser dieciocho, para que los vecinos no sospecharan. Malos tiempos zombis. Toca esconderse y sobrevivir como cada uno pueda.

Murió un concursante

Murió un concursante. Y el otro, el que había ganado, el que había logrado sobrevivir durante catorce semanas seguidas, más que ningún otro zombi, le preguntó al presentador cuándo le iba a tocar. Su familia y amigos lo esperaban, lo tenían todo preparado. Eres un concursante muy bueno, dijo el humano que presentaba aquella distracción de audiencia media, pero no pierdas la esperanza, al final tú también probarás la guillotina.

A tiros

A tiros. Duda que el sol se mueva, pero no dudes jamás de cómo murieron todos aquellos que fueron detenidos y acusados de ser zombis, lo fueran o no: a tiros. Disparos que entristecieron sus nucas. Eso fue antes de que los descabezaran. Zombis como soles después de la lluvia. Bocas muertas que se alejaron de los hombros, como los escolares huyen de los libros de Shakespeare.

Volaron piedras

Volaron piedras. Contra los zombis salvajes que se negaron a guardarse sus esputos, sabandijas que mordieron las manos y los antebrazos y los brazos y llegaron hasta los hombros, zombis tan ruidosos que los más pulcros dijeron que eran incompatibles con el nuevo orden, enemigos de la nueva paz. Fueron trasladados sin dilación a cierta nueva fosa de ciento cincuenta metros, sobre la cual, además de volar, llovieron piedras.

Un caso particular

Un caso particular. La mujer zombi antes no se quejaba, se conformaba con su traje zombi. Pero alguien se empeñó en esculpirla. Esta persona le abrió brechas en la carne, la desgarró. Con cada golpe de martillo, le rompió una articulación. Cada soldadura a ella le quemó, condujo impulsos dolorosos a una médula zombi casi inmaterial. En sus nueva anatomía se hicieron visibles la fibra muerta, la savia muerta, los tendones muertos. El escultor creía que la mujer zombi necesitaba una curación, aunque lo que él llamaba piel viva, en realidad era roca.