Úvula

Úvula. Una. Sola. Las amígdalas zombis estaban muy bien juntas y no necesitaban a nadie. La úvula le dijo algo a la lengua, que también es una, pero la lengua tenía la agenda permanentemente ocupada (saborear humanos, entrevistas, conversaciones lúdicas y, naturalmente, sexo). El paladar tampoco estaba por la labor. Ni los dientes. Preguntó en la parte de atrás, pero ni la faringe ni la laringe tenían tiempo ni ganas de relacionarse con los de fuera. Las amígdalas la buscaron un par de veces, cuando se llenaron de pus y algo oyeron acerca de extirparlas como tratamiento definitivo, pero cuando se les pasó el miedo, se olvidaron de la úvula. Peor fue lo de la lengua zombi. Hablaba mal de la úvula, pero a sus espaldas. Las veces que estuvieron juntas, la lengua siempre le reía las gracias. La úvula se hartó y los mandó a freir espárragos. Decidió hincharse, y por eso a algunos zombis se les nota una voz gangosa. Esta historia la leí en un libro de cuentos zombis.