Guardamos un bien precioso

Guardamos un bien precioso, dice Sebastián, ya que por dentro somos libres, no como ellos. Oímos gritos. Sebastián detiene su discurso y se asoma por la ventana. Contempla una escena que yo no veo desde donde estoy sentado. No me asomo, puedo imaginar qué ocurre. Mi amigo suspira y concluye diciendo: Vivir en silencio, día a día, y mamar despacio, eso es lo que hacíamos, pero ahora... los nuevos zetas revientan los pechos a puñaladas, y las pasiones son extremas.