Oigo el aullido de la sangre

Oigo el aullido de la sangre. Es una noche roja. Las bandas zombis encierran a los barrios dentro de un puño, y el cielo, cárdeno, nos da la espalda. Un clamor vehemente y lastimoso, el de una multitud escondida tras los cristales que, antes que otra cosa, quiere pasar desapercibida, y unas ranas en las alcantarillas que croan como si quisieran escapar de la humedad oscura y echar a volar. Territorios que pertenecen a los zombis, marcados como se marcan las reses, y silencios que saben a leche cortada. Algunos llaman a esta época la de las noches de las serpientes.