Trompas zombis enormes, enrrolladas en espiral. Algunas son tan grandes que están plegadas sobre el abdomen. Las extendemos para libar el jugo de nuestras queridas plantas, las que piensan que piensan y caminan sobre sus extremidades inferiores. Despierto. Me llevo las manos a la cara. Palpo la nariz, los labios, los dientes, la lengua. Aún no tengo trompa. Aún no me he transformado en un lepidóptero zombi.