Yemas

Yemas de los dedos. Me levanto de la cama, enciendo una bombilla, examino mis manos temblorosas. Me arden las yemas, tengo la sensación de haberme quemado. Veo pliegues laberínticos, y surcos infinitos en los que podría perderme, y espirales que cambian cada vez que giro un dedo y vuelvo a mirar. Leo su nombre, grabado entre arcos que alcanzan el lecho de las uñas. Por eso arden las yemas, porque antes de dormir quise rozarla, otra vez. Si me hubiera atrevido, ahora tendría negras, completamente carbonizadas, las puntas.