Vacaciones, despedidas. El último día, la mujer zombi se sentó donde rompían las olas. Dijo que de allí no se movería hasta que el humano apareciera para decir adiós. Él no se acercó a la playa, se marchó de viaje sin despedirse. La mujer zombi sigue sentada donde rompen las olas, en la misma postura, con los ojos fijos en la misma arena, trescientos cincuenta años después.