Cada vez que pienso en el zombi lo veo permanentemente recluido dentro de la empalizada que levantó entre ambos. Cualquier intento por mi parte de acceder a él fracasó. Y mi impaciencia, junto a cierta ansiedad nacida de la distancia que él impuso entre nosotros, provocó lo opuesto a lo que ambos deseábamos. Cuanto más me esforcé por ver qué había detrás de aquella maraña para mí impenetrable, más se escondió. Y así seguimos.