De ocho a tres

De ocho a tres de la tarde parezco uno más entre la multitud. Algo más sucio, peor vestido, más pálido, pero respiro el mismo aire calentado por el sol y me sobresaltan las mismas bocinas de los coches. A veces me dan monedas, sin que yo las pida. Con ellas me acerco al señor que vende polluelos vivos de varios colores. Los ofrece como si fueran mascotas para niños, como si los pollitos no fueran a crecer y estar de más en un piso encerado. Mastico aparte, en un callejón de los que dan miedo y huelen a orines, para evitar que los niños lloren de pena.