Me presentaron a un zombi

Me presentaron a un zombi que vivía en el campo. Su pareja era humana: noventa y tres kilos para rellenar una altura de uno sesenta y cinco centímetros, permanente sonrisa, bigote sin depilar, cabello negro hasta la cintura. Se llevaban bien. Se les veía felices. Tenían una casa de dos plantas y un huerto. Y una contrucción que parecía un invernadero a la que llamaban la conejera, dentro de la cual se desnudaban y hacían el amor (en mil doscientas cinco posturas diferentes, en febriles maratones que duraban varias horas). Centenares de conejos los miraban. Luego se reproducían mejor. Como conejos, bromeó la mujer. El chiste era demasiado obvio y ella quiso mejorar el comentario. Añadió que desde que vivían así, al amor de su vida (se refería al zombi, digamos, vegetariano) nunca le faltaba qué echarse a la boca.